Antonio caminaba por el pasillo del club, sus zapatos brillantes resonando con eco en el suelo de mármol negro. Con su presencia imponente mostrando autoridad y control de todo. Las personas a su alrededor bajaban la cabeza haciendo una venia en simbolo de respeto.
En su rostro, una sonrisa divertida se dibujaba con descaro, como si todo el mundo le perteneciera. El humo de los cigarros y el perfume barato impregnaban el ambiente, mientras risas apagadas y música de bajos retumbantes acompañaban su paso triunfal.
Detuvo su marcha frente a un salón privado, donde un par de guardaespaldas aguardaban rígidos como estatuas. Giró apenas la cabeza, sin perder la sonrisa, y llamó a su nuevo hombre de confianza, Mateo.
—Ven aquí —ordenó con voz seca, autoritaria.
Mateo, un hombre de complexión fuerte, barba de tres días y mirada fría, se acercó de inmediato, inclinando la cabeza ligeramente en señal de respeto.
—¿Sí, señor? —respondió, firme.
Antonio le sostuvo la mirada, casi divertido.
—Qu