Vittorio se movió con cautela por los pasillos de la mansión, el ruido de la música fue su mejor aliado, sus pasos amortiguados por la gruesa alfombra. No debería estar ahí, lo sabía, pero una corazonada lo había llevado a seguir a Antonio. Y ahora, oculto entre las sombras, escuchaba cada palabra que aquel hombre le decía a Aurora.Las promesas dulces, las palabras de amor, la pasión contenida en cada frase... todo aquello prendió fuego dentro de Vittorio. Su mandíbula se tensó, sus manos se cerraron en puños mientras la ira lo consumía. Antonio hablaba con tanta seguridad, con una certeza insoportable de que Aurora le pertenecía. Como si Dante no existiera, como si su compromiso fuera una simple formalidad."Maldito seas, Antonio", masculló entre dientes, incapaz de contener el odio que se apoderaba de su ser. Su mente giraba en torno a una sola idea, él debía quitarle a Dante a Aurora. No podía permitir que ese idiota de Antonio se interpusiera, ni que Dante la mantuviera a su lad
Dante miró a Fiorella. Su presencia lo atrapaba, como si el aire se volviera denso y solo ella pudiera ofrecerle oxígeno. Se permitió una sonrisa, un gesto apenas perceptible que pronto se transformó en un impulso incontrolable. No podía esperar más. Ella estaba desnuda, expuesta ante sus ojos, ofreciéndose como cena de navidad.Dante la tomó de los brazos con firmeza y la atrajo hacia él. Sus labios se encontraron en un beso desesperado, una fusión de anhelo y necesidad. Fiorella sonrió gustosa, respondiendo con la misma urgencia. Su cuerpo se amoldó al de él, sus dedos recorrieron su espalda con ansia, y la temperatura de la biblioteca pareció elevarse en cuestión de segundos.Sin soltarla, Dante la guió hasta el escritorio. Con un movimiento decidido, la sentó sobre la madera mientras sus bocas seguían explorándose. Fiorella abrió las piernas y las enredó en la cintura de él, atrayéndolo más cerca, sintiendo cada parte de su cuerpo pegada al suyo. Sus manos, impacientes, comenzaro
Dante se puso de pie con brusquedad, el corazón golpeándole el pecho como si intentara romperle las costillas desde dentro. La habitación estaba impregnada del perfume de los libros viejos y del leve rastro de lo que acababa de suceder entre esas paredes, aunque solo fuese un beso para Aurora había sido una desilusión grande. Dante buscó su camisa con movimientos torpes, acelerados, desesperados. La encontró arrugada sobre una silla, y sin preocuparse por aislarla, la tomó con violencia y comenzó a ponérsela con manos temblorosas.—Mierda, mierda —escupió Dante con furia apenas vio la silueta de Aurora alejándose por el ventanal abierto que daba a la fiesta, sabía que ahí estaba Antonio, que ella podría acercarse de nuevo a él, y no lo permitiría Su mente se nubló por completo. No podía permitir que ella se fuera así, no después de lo que había ocurrido, no sin decir una sola palabra, sin darle una maldita oportunidad. Dio un paso hacia la puerta, dispuesto a alcanzarla, pero Fiorel
Aurora caminaba lentamente, cada paso arrastrando el peso de algo más que el cansancio de su corazón. El viento de la tarde mecía suavemente los pliegues de su vestido mientras atravesaba el sendero de grava que salía del jardín, aquel que daba directamente a la calle principal. No había nadie a su alrededor, solo el canto lejano de un ave y el susurro de las hojas. El aire olía a flores secas, a despedida.Sus ojos estaban vidriosos, perdidos en aquella escena, y una lágrima, solitaria pero firme, resbaló por su mejilla. No hizo nada por detenerla. La dejó seguir su curso, silenciosa, amarga. No hizo nada y no sabía como eso la hacia sentir, él solo se había dedicado a burlarse de ella, a nada más. Sus labios entreabiertos no emitían sonido, pero cada respiración era una súplica ahogada.A unos metros de distancia, una camioneta negra, de vidrios polarizados, permanecía estacionada al borde del camino. Dos hombres aguardaban dentro, inmóviles, como estatuas a punto de activarse.—L
Dante apretó los dientes mientras aceleraba. El rugido de la moto cortaba el aire con furia. Su mente solo repetía una cosa: No pueden llevársela. No a ella. Las imágenes de Aurora luchando, su rostro deformado por el miedo, el grito que aún le ardía en el pecho, eran como cuchillas que lo impulsaban más rápido.La camioneta negra tomaba ventaja, pero Dante conocía el terreno. Sabía que si cortaba por la vieja vereda podía interceptarla antes de que llegara a la salida principal de la ciudad. Giró el manillar con fuerza, derrapó en la tierra suelta, y tomó el desvío sin disminuir la velocidad.Mientras tanto, dentro de la camioneta, Aurora se debatía entre los brazos del hombre que la había jalado. Sus muñecas estaban ya marcadas por el forcejeo. El otro hombre, desde el asiento del copiloto, giraba la cabeza constantemente para vigilarla.—Relájate, nena —musitó el que la sujetaba, mientras la empujaba contra el suelo del vehículo. —No queremos hacerte daño… a menos que nos obligues
Aurora no supo exactamente cuántas veces dio vueltas la camioneta. Tal vez tres, tal vez más. Todo había sido tan rápido, tan brutal. El impacto la sacudió desde los huesos hasta el alma. Cuando por fin la violencia del movimiento cesó, el silencio fue lo primero que notó. Un silencio espeso y agobiante, solo roto por el crujido metálico de una puerta descolgada, moviéndose con el viento.Su cuerpo dolía. Cada centímetro de su piel parecía haber sido golpeado. Intentó moverse, pero fue como si mil agujas le atravesaran los músculos. Soltó un gemido bajo, y con esfuerzo, giró la cabeza.El hombre que conducía estaba inclinado sobre el volante. Tenía la cabeza ladeada, como si simplemente estuviera dormido, pero la sangre que brotaba de su sien derecha decía lo contrario. Estaba muerto.Aurora tragó saliva con dificultad. El sabor metálico de la sangre en su boca la hizo toser, un sonido ronco que le desgarró el pecho.Tenía que salir, y rápido, no podía quedarse.Sus manos temblaban m
Aurora sentía cada bache del camino como una punzada en las costillas. El motor rugía y el traqueteo metálico de las puertas cerradas era lo único que llenaba el silencio. El interior de la camioneta estaba envuelto en penumbra, con un leve olor a cigarro, sudor viejo y gasolina que le revolvía el estómago.Iba en el asiento trasero, acurrucada contra la puerta, como si esa cercanía con el borde le pudiera dar alguna forma de escape. Pero no la había. No ahora.Ulises no decía nada, pero de vez en cuando la miraba por el retrovisor. No era una mirada rápida ni casual. Era una mirada larga, húmeda, cargada de una mezcla enfermiza de deseo y control. Como si ya no la viera como una persona, sino como un objeto que le pertenecía.—Siempre fuiste terca. Lo bueno es que yo puedo corregirte —dijo, rompiendo el silencio, mientras mojaba sus labios pasando lentamente su lengua.Aurora no respondió. Mantuvo la vista fija en la ventana, viendo cómo los árboles pasaban como fantasmas oscuros. No
El mundo estalló en un rugido de metal y gritos. Durante un instante, Dante solo sintió el aire cortándole la piel, la violencia de la caída y el impacto seco de su cuerpo golpeando el suelo. Luego vino el silencio. Un silencio espeso, como si alguien hubiera sumergido todo en agua.Estaba en el suelo, boca arriba, el cielo girando sobre él como una espiral borrosa. Tosió, sintiendo el sabor a sangre en la boca. Se llevó la mano a las costillas. Dolían, todo dolía, pero estaba vivo. Lo supo por el dolor, lo supo porque podía mover los dedos.Lo supo porque el recuerdo de Aurora todavía ardía como fuego en su cabeza.Se incorporó como pudo, jadeando, con el cuerpo temblando. La moto ya no estaba. La camioneta la había arrastrado como una bestia furiosa, y junto con ella, a Aurora. Él la había visto en el asiento trasero intentando salir y gritando su nombre. Lo último que recordaba era su rostro antes de lanzarse de la moto, justo cuando supo que el choque era inevitable.—Aurora… —m