La noche se extendía como un manto espeso sobre las afueras de Bolonia. La mansión, una construcción de piedra olvidada por el tiempo, se iluminaba esta vez con luces doradas y tenues, como si intentara maquillar la oscuridad que albergaba.
Era el lugar perfecto para camuflar las verdaderas intenciones de las personas que ingresaban allí, intenciones oscuras y crueles... que helaban la sangre de cualquiera.
Autos de lujo comenzaron a llegar uno por uno, cruzando el portón con vigilancia armada, bajo la mirada escrutadora de hombres vestidos de negro. Autos que dejaban claro que quienes se transportaba allí tenían dinero de sobra.
En el interior, la atmósfera era otra, vino añejo, puros encendidos, bandejas de plata con manjares cuidadosamente dispuestos. Todo perfecto para que la noche fuera estupenda.
Las paredes estaban cubiertas con cortinas oscuras, y una gran sala dominaba el espacio, con sillones de cuero y una tarima vacía al fondo, iluminada por un único foco que caía como