Dante conducía con firmeza, sus manos sujetaban el volante con destreza mientras el motor rugía bajo sus pies. La tardé caía sobre la ciudad, y las luces de los faroles iluminaban el camino con destellos dorados. A su lado, Aurora lo miraba de reojo, con una sonrisa que no había visto en ella en mucho tiempo.
Dante aprovechó un semáforo en rojo para girar el rostro y atrapar sus labios en un beso intenso, uno que le robó el aliento. Aurora correspondió sin dudar, su risa suave escapándose entre sus labios cuando se separaron.
—Deberías mantener la vista al frente —susurró ella, su voz juguetona.
Dante sonrió, deslizando su mano con suavidad por su muslo hasta encontrar la fina tela de su ropa interior. Aurora se estremeció ante el contacto, pero antes de que pudiera decir algo más, el sonido de su teléfono interrumpió el momento. Uno de sus hombres le había enviado un mensaje.
—Don Dante. Varias camionetas vienen detrás de nosotros. No estamos solos…
Dante alzó la mirada al retrovisor