Horas más tarde, mientras la madrugada comenzaba a asomarse entre los viñedos, Aurora descansaba con la cabeza sobre el pecho de Dante, escuchando su respiración pausada. Él le acariciaba la espalda desnuda, sin hablar, como si el silencio fuera suficiente.
—¿En qué piensas? —preguntó ella en voz baja.
—En lo afortunado que soy de seguir aquí —respondió él, besándole la frente.
—No más guerras, Dante…
—No más guerras —repitió él, y aunque sabía que no era una promesa fácil, quería creer que esa noche, en esa casa, en los brazos de su mujer, el infierno había quedado atrás.
Lo único claro con esto, es que ellso estaban profundamente enamorados.
La luz del amanecer se filtraba suavemente por los ventanales de la habitación. Los rayos dorados acariciaban la piel desnuda de Aurora, quien aún descansaba sobre el pecho de Dante.
Él había dormido profundamente por primera vez en semanas, sin sobresaltos, sin pesadillas. Sus brazos seguían firmemente rodeando el cuerpo de su esposa, como si