—¡Alonzo! —chilló Bianca, corriendo hacia él.
Él se tambaleó, sus ojos nublados de dolor. La sangre brotaba de entre sus dedos, roja, espesa, cálida. Dante giró desde el suelo, su rostro desfigurado por la furia, justo cuando Vittorio levantaba de nuevo el arma, pero el chasquido hueco del gatillo seco resonó.
No quedaban balas.
Dante se levantó de un salto y se lanzó sobre él.
Ambos hombres chocaron como bestias, con un rugido que parecía provenir del mismísimo infierno.
Vittorio logró meterle un golpe en el costado derecho, justo donde Dante aún arrastraba una herida profunda de su anterior cautiverio. El dolor lo hizo inclinarse, jadeando.
Vittorio aprovechó, pero no contó con Aurora.
Aurora al ver que su esposo se desplomaba, corrió con furia desesperada y empujó a Vittorio por la espalda con todo su peso.
Él giró con violencia, sus ojos inyectados de locura.
—Después de acabar con él, serás mía —escupió, señalándola con un dedo tembloroso—. Siempre debiste ser mía.
Aurora retroc