Mientras tanto, en la mansión de Dante, el cielo comenzaba a teñirse de rojo en el horizonte cuando Dante cerró el mapa sobre la mesa de madera del despacho.
Las coordenadas finalmente habían llegado, confirmadas por uno de los informantes que Giuseppe había enviado días atrás.
La ubicación era clara: no estaban en la misma ciudad. Aurora había sido trasladada a una casa aislada en las afueras, más allá de los límites conocidos. Eso explicaba por qué había costado tanto encontrarlos. Y ahora, que sabían dónde, ya no había tiempo que perder.
Alonzo entró en la habitación con dos armas colgadas al hombro y una expresión decidida. Iba vestido de negro, con una chaqueta de cuero gruesa y mirada sombría.
Detrás de él, dos hombres armados esperaban órdenes. El ambiente estaba impregnado de tensión, de urgencia, de una rabia que compartían sin necesidad de palabras.
—Todo está listo —dijo Alonzo con voz firme—. Cinco camionetas. Diez hombres por vehículo. Vamos con todo.
Dante asintió y r