Esperanza muerta

Antonio bajó las escaleras a paso tranquilo, como quien baja a recibir una visita esperada. Al llegar a la sala, se detuvo un momento en el umbral, observando la escena.

Aurora aún estaba frente a Francesco, sus manos entrelazadas, su mirada suplicante.

Antonio entrecerró los ojos.

Ella había cambiado, no había duda. Había fuego en su espíritu, una determinación que la hacía brillar. Pero también era vulnerable. Y Antonio sabía exactamente cómo jugar con esas grietas.

Entró en la sala, sus pasos resonando con autoridad.

Aurora levantó la cabeza al oírlo. Su cuerpo se tensó de inmediato, sus instintos alertándola.

Francesco también giró, frunciendo el ceño.

—Antonio —dijo con una mezcla de sorpresa y desconfianza —. ¿Qué haces aquí?

Antonio sonrió ampliamente.

—Vittorio no está, querido amigo —dijo en tono ligero—. Me pareció oportuno ocupar su lugar en su ausencia.

Aurora dio un paso atrás, sintiendo el peligro palpitar en el aire.

Antonio la miró con una sonrisa que no alcanzaba sus
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