Aurora despertó con la calidez del sol colándose entre las cortinas de la habitación.
La sábana blanca apenas cubría su cuerpo, y el aire era fresco, suave, casi como una caricia. Abrió lentamente los ojos, parpadeando mientras sus pupilas se acostumbraban a la luz.
Por un instante, no supo en dónde estaba. Pero entonces lo recordó, la noche anterior, el pecho de Dante, sus labios, la forma en que él le acariciaba las mejillas con ternura, su voz grave susurrando…
"Hola, bonita. Solo sigue durmiendo… debo trabajar un poco".
Una pequeña sonrisa se formó en sus labios. Se acurrucó un poco más entre las sábanas, aspirando el perfume tenue que él había dejado en la almohada. Olía a madera, a whisky, a seguridad. A Dante.
Sus dedos recorrieron la tela, recordando la forma en que él la había tocado, tan distinto a todo lo que había vivido. Allí no había miedo, no había dolor. Solo calor, ternura… y algo más que no se atrevía aún a nombrar.
Se sentó lentamente, llevando una mano a su cabel