Aurora despertó con la calidez del sol colándose entre las cortinas de la habitación. La sábana blanca apenas cubría su cuerpo, y el aire era fresco, suave, casi como una caricia. Abrió lentamente los ojos, parpadeando mientras sus pupilas se acostumbraban a la luz. Por un instante, no supo en dónde estaba. Pero entonces lo recordó, la noche anterior, el pecho de Dante, sus labios, la forma en que él le acariciaba las mejillas con ternura, su voz grave susurrando…"Hola, bonita. Solo sigue durmiendo… debo trabajar un poco".Una pequeña sonrisa se formó en sus labios. Se acurrucó un poco más entre las sábanas, aspirando el perfume tenue que él había dejado en la almohada. Olía a madera, a whisky, a seguridad. A Dante.Sus dedos recorrieron la tela, recordando la forma en que él la había tocado, tan distinto a todo lo que había vivido. Allí no había miedo, no había dolor. Solo calor, ternura… y algo más que no se atrevía aún a nombrar.Se sentó lentamente, llevando una mano a su cabel
Aurora bajó la mirada.Sus manos temblaban, su mente era un torbellino. Pero sus ojos... sus ojos se fueron endureciendo. Lentamente. Como si algo dentro de ella se rompiera, o más bien, se reacomodara para siempre.Miró de nuevo a Dante. A sus manos ensangrentadas. A Ulises, colgado como una carcasa, apenas humano. A todo ese infierno que ardía bajo la mansión mientras arriba la luz del sol acariciaba sábanas blancas.—No voy a meterme —dijo, con voz baja, pero firme.Dante la observó en silencio, sus cejas ligeramente alzadas, sorprendido.—¿Qué dijiste?Aurora respiró hondo. Dio un paso hacia atrás, recuperando la distancia. Su expresión era serena, casi ausente.—Haz lo que tengas que hacer con él. No me importa.Sus palabras cayeron como una losa de granito.Ulises alzó la cabeza con esfuerzo, la voz rota por la incredulidad.—A-Aurora… tú… no puedes…Ella lo miró, y sus ojos eran fríos como el acero.—Tú me tuviste encerrada, sola, muerta de miedo —dijo—. Me maltrataste, casi ab
El sol apenas lograba filtrarse entre las nubes de ceniza cuando Vittorio descendió del vehículo. El ambiente era espeso, con un olor penetrante a carne quemada, madera podrida y pólvora. La antigua mansión de Antonio se alzaba frente a él como un monumento al desastre, paredes ennegrecidas, techos derrumbados, esculturas partidas por la mitad. —Esto es un cementerio —murmuró uno de los hombres a su lado, mientras cubría su rostro con una mascarilla.Vittorio avanzó sin inmutarse. Su abrigo oscuro contrastaba con el suelo cubierto de cenizas, y sus pasos resonaban sobre las baldosas partidas con un ritmo firme, inquebrantable. A su alrededor, agentes y oficiales de su confianza revisaban los restos del lugar, levantando lonas negras sobre cuerpos irreconocibles, marcando puntos con sangre seca, tomando fotografías.—Quiero un informe completo antes del mediodía —ordenó Vittorio sin alzar la voz, pero con la fuerza de quien está acostumbrado a ser obedecido. —Causa del incendio, tr
De pie, junto a una mesa sucia, con la mirada fija en alguien más. No había miedo en su expresión. No había sorpresa. Solo una calma feroz, una especie de tregua interior.Junto a ella, de espaldas, estaba un hombre. Alto. De hombros amplios. El cabello despeinado, la camisa rasgada. Sostenía un vaso con líquido ámbar en una mano.Fiorella no se movió. No gritó, solo alzó una ceja, como si lo hubiese estado esperando.El hombre, al escuchar el sonido del metal arrastrado, giró lentamente.Y el mundo de Vittorio se detuvo.“Antonio”. ERa él, era Antonio, al que estaba buscando con anterioridad. Vivo, y ahora frente a él, no podía creerlo después de buscarlo él mismo había decidido ir con el.Sus ojos se abrieron de par en par bajo la máscara de lobo. No podía creer lo que veían.Antonio lo miró sin miedo. Sus ojos tenían la misma intensidad de siempre, pero también algo más… un cansancio, un rencor antiguo, una chispa peligrosa.—Hola, Vittorio —dijo Antonio, con voz grave, como quien
Vittorio avanzaba alrededor de él, despacio, como un depredador que aún no ha decidido si va a matar a su presa o a aliarse con ella. Sus pasos eran seguros, su rostro tenso, la mirada fija en cada gesto, cada respiro que Antonio soltaba con esa sonrisa de medio lado, tan conocida como peligrosa.—Está bien —dijo por fin Vittorio, con voz grave—. Te ayudaré. Pero hay una línea que no vas a cruzar, Antonio. Y el primero, el más importante, es Aurora. No voy a dejar que le hagas daño a Aurora. No lo voy a permitir.Antonio alzó la mirada y la sonrisa se le ensanchó, abierta, sin máscaras, con esa seguridad de quien conoce bien las fisuras del otro.—¿Daño? —repitió, casi ofendido, casi divertido—-Jamás quise hacerle daño. La quiero, Vittorio. Al igual que tú. Además no es mi estilo. Aurora no es un obstáculo... es un símbolo. La queremos, sí. Tú, yo, incluso Dante. Pero aquí no estamos hablando de amor, Vittorio. Estamos hablando de poder, de estrategia, de supervivencia.Hizo una pausa
Días después La bodega ahora parecía un centro de mando clandestino. Lo que antes era solo un espacio polvoriento y olvidado, se había transformado en el núcleo de una conspiración. Sobre una mesa oxidada, Antonio extendió unos planos que había conseguido del terreno alrededor de la mansión de Dante. Había papeles con fotografías, reportes, mapas de vigilancia, horarios. Nada estaba improvisado.Fiorella se sentó en una caja de madera con la elegancia de una reina en su trono. Observaba a los hombres con el gesto analítico de quien sabe que, si no los mantiene enfocados, pueden destruirlo todo por orgullo.Vittorio se mantenía de pie, en silencio, mirando los documentos con los brazos cruzados. Su expresión era la de alguien que aún se resistía internamente, pero cuyo deber ya había sido elegido. No estaba cómodo, pero estaba decidido, además era más que una promesa.—Dante no es estúpido —dijo Antonio, señalando una zona en los planos—. Tiene cámaras aquí, aquí y aquí. Pero no conf
La mansión de Dante había cambiado. Ya no era lúgubre, fría, vacía, ahora se sentía calor de un hogar, las risas de Aurora lo habían cambiado todo, incluso a él. Aunque seguía siendo el hombre frío, cruel, y déspota. Con Aurora había conocido a un hombre que no conocía ni el mismo, romántico, detallista y hasta había despertado el buen sentido del humor.Solo que había algo en el aire, una vibración sutil que anunciaba que las máscaras estaban por caer, algo que le decía que no todo estaba bien y que no debía bajar la guardia, y menos ahora que Alonzo se había ido por dos meses, ahora estaba solo por así decirlo.Dante no dormía. Había noches que no conciliaba más de unas horas de sueño. Su instinto, ese que tantas veces lo había salvado, no lo dejaba en paz. Algo no encajaba. No era un dato concreto, ni una amenaza específica. Era una suma de gestos, vacíos, demoras en los reportes, miradas esquivas entre sus hombres.Y luego estaba Cristian.Su sombra había empezado a notarse más d
Dante limpio su camisa, sudor y subió a la habitación, debía hablar con Aurora, ponerla a salvo para lo que se venía, ya había hablado con Alonzo y el se encargaría de protegerla hasta con su propia vida si fuese necesario.Dante se acercó a Aurora con una carpeta en mano y una sonrisa persuasiva.—¡Hola bonita!, necesito un favor importante. Tengo unos documentos que debo enviar a Alonzo, quien está actualmente en Bolonia. Me preguntaba si podrías ser tú quien los lleve —dijo mientras se acercaba a ella, y la tomaba de la cintura.Aurora levantó una ceja, intrigada por la petición.—¿Por qué yo? —preguntó Aurora con curiosidad. Dante se encogió de hombros y respondió.—Porque eres la única en quien confío plenamente. Sé que puedo contar contigo para que estos documentos lleguen a Alonzo de manera segura y sin contratiempos. Aurora pareció dudar por un momento antes de hacer otra pregunta.—Está bien, iré a Bolonia —dijo finalmente—. Pero no iré sola. ¿Quién me acompañaráDante son