La mansión de Dante había cambiado. Ya no era lúgubre, fría, vacía, ahora se sentía calor de un hogar, las risas de Aurora lo habían cambiado todo, incluso a él. Aunque seguía siendo el hombre frío, cruel, y déspota. Con Aurora había conocido a un hombre que no conocía ni el mismo, romántico, detallista y hasta había despertado el buen sentido del humor.
Solo que había algo en el aire, una vibración sutil que anunciaba que las máscaras estaban por caer, algo que le decía que no todo estaba bien y que no debía bajar la guardia, y menos ahora que Alonzo se había ido por dos meses, ahora estaba solo por así decirlo.
Dante no dormía. Había noches que no conciliaba más de unas horas de sueño. Su instinto, ese que tantas veces lo había salvado, no lo dejaba en paz.
Algo no encajaba. No era un dato concreto, ni una amenaza específica. Era una suma de gestos, vacíos, demoras en los reportes, miradas esquivas entre sus hombres.
Y luego estaba Cristian.
Su sombra había empezado a notarse más d