El viento golpeaba las hojas de los árboles con una furia extraña, como si el bosque que rodeaba la mansión de Dante también presintiera lo que estaba por ocurrir. A lo lejos, el motor encendido de una camioneta negra rugía bajo la tensión del momento. Vittorio sostenía con fuerza el volante, con los nudillos blancos, los ojos clavados en la imponente entrada de hierro forjado.La puerta lateral del vehículo se abrió de golpe.Antonio, con la camisa manchada de sangre seca y el rostro descompuesto por el pánico, se dejó caer en el asiento del copiloto. El sonido metálico de la puerta al cerrarse resonó como un disparo en medio del silencio denso.—¿Qué diablos pasó? —espetó Vittorio sin darle tiempo a respirar—. ¿Dónde está Fiorella?Antonio giró apenas el rostro, los ojos desorbitados, la voz entrecortada.—Arranca. ¡Ahora, Vittorio! Si no quieres que Dante nos atrape también, ¡muévete!Vittorio giró bruscamente hacia él, sus ojos se tornaron oscuros, llenos de una furia que le salía
Las luces del pasillo subterráneo se encendían una a una al paso de Dante. No se escuchaban pasos, sólo el eco lejano del metal que vibraba con el mínimo roce. Sus ojos estaban fijos al frente, dispuesto acabar con la mujer que apenas unos días le ofreció ser su aliado.Ahora caminaba hacia ella. Esta vez, ella era la prisionera.Empujó la puerta de acero con una mano enguantada. El sonido oxidado del metal rasgó el silencio. La sala era amplia, sin ventanas, con paredes de concreto y una única lámpara colgando sobre la mesa metálica en el centro. En las esquinas, las sombras se agitaban como animales expectantes.Fiorella estaba en el suelo. Los labios partidos, una ceja ensangrentada, los brazos atados a la espalda. La habían derribado con violencia al atraparla. Había peleado, sí, hasta que la hicieron sangrar.Cuando lo vio entrar, intentó incorporarse. Pero el guardia detrás de ella le presionó el cuello con la bota, obligándola a agachar la cabeza.Dante se detuvo frente a ella.
Fiorella abrió los ojos de golpe. La luz que colgaba del techo la cegó por un instante. Estaba atada de pies y manos, una delgada sonda clavada en su brazo, conectada a una bolsa de suero que goteaba lentamente. Su cuerpo sudaba frío. Intentó moverse, pero las correas la mantenían inmóvil.Frente a ella, sentado en una silla con la pierna cruzada, estaba Dante.—Despierta, bella durmiente —murmuró con una sonrisa torcida—. El suero ya debe estar haciendo efecto. No te preocupes, es un simple relajante... aunque, combinado con un poco de lo que Ulises usaba... digamos que afloja lenguas.Fiorella apretó los dientes, resistiéndose a dejar salir cualquier palabra. Dante se levantó, caminó hacia ella con calma, como si saboreara cada paso. Se inclinó hacia su rostro, estudiando sus reacciones.—¿Dónde está el resto de tu gente? —preguntó en voz baja, casi como un susurro íntimo—. ¿Quién te ayudó a intentar secuestrarme en mi propia casa? ¿Creíste que iba a dejar eso pasar?Fiorella lo es
BOLONIA El avión aterrizó con suavidad sobre la pista de Bolonia, y los primeros rayos del atardecer tiñeron de oro las ventanas de la terminal. Aurora descendió con paso sereno, con una carpeta en la mano y el cabello recogido en una coleta suelta. Había hecho ese viaje por encargo de Dante, llevando personalmente unos documentos importantes a Alonzo.Afuera, Alonzo ya la esperaba apoyado contra su auto negro, elegante, inconfundible. Cuando la vio aparecer, una sonrisa amplia le cruzó el rostro. Era como si el mundo se detuviera un segundo. Sus ojos se iluminaron y por un momento, Alonzo se sintió flotando, como si estuviera sobre una nube suave, lejana al ruido del mundo.Aurora también lo vio. Sus ojos se encontraron. Ninguno dijo nada al principio, solo se miraron. Él avanzó unos pasos, y con la misma delicadeza con la que se toca una flor, le ofreció su mano.—¿Vienes conmigo? —preguntó con voz baja, cálida.Aurora asintió, sin soltar la carpeta.—Claro —respondió ella.Subió
Aurora salió del baño envuelta en una toalla blanca que le cubría el cuerpo hasta los muslos. Se sentía más cómoda y descansada.Su piel aún humeaba del agua caliente, y sus mejillas estaban sonrojadas por el vapor. Se sorprendió al ver la bandeja servida sobre la pequeña mesa redonda junto al ventanal. Velas encendidas, platos humeantes, una botella de vino descorchada, todo dispuesto con un esmero casi ceremonial. —¿Alonzo? —preguntó suavemente, sin verlo—. Alonzo ¿eres tu?En ese instante, él regresaba por el pasillo, aún con la respiración contenida. Al oír su voz, se recompuso y sonrió al entrar.—Te dejé la cena… pensé que quizás tendrías hambre —él dijo con su voz agitada, un nudo en su pecho y el deseo latente.Aurora lo miró con dulzura. Había algo distinto en sus ojos, una mezcla de sorpresa y gratitud. Alonzo era un hombre bueno y ella se sentía afortunada de tenerlo en su vida, de tener una amistad como la suya en su vida.—Es hermoso… gracias —dijo ella con una genuina s
Aurora bajó la mirada tras el beso. El aire seguía impregnado de esa electricidad que sólo nace cuando lo prohibido se roza con los labios.El ambiente se sentía con un aura desconocido. —Alonzo… —murmuró ella, sin levantar la vista—. Es mejor que te retires. Te pido por favor que te retires. El silencio que siguió a sus palabras fue denso. Alonzo se quedó inmóvil unos segundos, como si no hubiera entendido. Pero finalmente asintió. En sus ojos no había enojo, solo un dolor resignado.—Tienes razón —dijo, con la voz apagada—. Lo siento, Aurora. Solo que… no pude controlar mis impulsos. Por favor disculpame, en verdad te pido que me disculpes. Ella levantó apenas la mirada. Vio cómo él se alejaba sin decir más, cómo sus pasos resonaban en la madera del piso, cada vez más lejanos. La puerta se cerró con un leve clic. Aurora se quedó sola en la habitación, mirando la vela que aún ardía.Alonzo bajó las escaleras en silencio, con la mandíbula tensa. Al llegar al salón, se dirigió direc
El cielo de Bolonia aún estaba oscuro cuando Aurora comenzó a empacar sus cosas. Se movía en silencio, casi como si temiera que el más mínimo sonido pudiera delatarla. Doblaba su ropa con calma, pero su mirada era distante. El beso de Alonzo seguía ardiendo en sus labios… y la culpa le carcomía el pecho.Se puso un vestido sencillo de lino azul claro, ató su cabello en una trenza floja y respiró hondo. No quería enfrentar a nadie. No quería más palabras, ni excusas, ni miradas de deseo. Solo necesitaba alejarse.Bajó las escaleras en puntillas, con la maleta en mano, y al llegar al vestíbulo lo vio, Alonzo estaba en la sala, con la espalda levemente encorvada, bebiendo en silencio. La luz tenue iluminaba su perfil, y su expresión estaba rota. Ella detuvo su paso unos segundos, lo miró con compasión… pero no se acercó.Con suavidad, giró sobre sus talones y salió de la casa. Cerró la puerta sin ruido. En la calle, tomó un taxi sin mirar atrás.—Al aeropuerto, por favor —dijo ella.M
Aurora retrocedió un paso. Luego otro. Su respiración se hizo errática, como si el aire le quemara por dentro. Esa frase maldita que acababa de salir de la boca de Alonzo, fue como una daga en el pecho—Dante solo la quiso para vengarse de Antonio…Un zumbido ensordecedor le llenó los oídos. Todo lo que había vivido, todo lo que creyó… ¿era una mentira? Un maldito juego de venganza. Sus piernas temblaron, pero encontró fuerza en el enojo, en la humillación. Dio media vuelta y caminó rápidamente por el pasillo. No quería que nadie la viera así. No quería que nadie la siguiera.Cerró la puerta de la habitación con fuerza, casi rompiéndola. Apoyó la espalda contra la madera y se dejó caer. Lágrimas calientes surcaban sus mejillas mientras se cubría la boca para no gritar. ¿Cómo había sido tan estúpida?—¡Estúpida! —se dijo en voz alta, golpeando con el puño la alfombra, ¡Estúpida por confiar! ¡Por creer! ¡Tanto en él como en Antonio! ¡Los dos son la misma mierda!Se levantó tambaleante,