44. Territorio Prohibido
La mesa del desayuno esperaba con perfección enfermiza: café recién hecho, frutas cortadas, pan caliente. Max estaba allí, impecable en su traje azul oscuro, hojeando el periódico como si la noche anterior no hubiera ocurrido. Ni una palabra, ni un reproche. Solo el roce helado de su mirada cuando levantó los ojos.

—Dormiste mal —dijo, más constatación que pregunta.

Me serví café, ignorando la tensión que se incrustaba bajo la piel.

—¿Qué quieres, Max? —pregunté al fin, sin rodeos.

Él cerró el periódico con un chasquido suave, aunque su mirada estaba lejos de ser tranquila.

—Quiero lo de siempre: que recuerdes que estás a mi lado. Nadie puede ocupar ese lugar.

—¿Y Alejandro? —dejé caer el nombre con la frialdad de un cuchillo.

La sonrisa que se dibujó en sus labios fue lenta, venenosa.

—Él juega a ser tu salvador, pero no olvides que solo ambiciona lo que yo tengo. —Se inclinó hacia mí, lo bastante cerca para envolverme con su perfume—. Y lo que yo tengo eres tú.

—No soy un premio, Max
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