44. Territorio Prohibido
El amanecer en Madrid se filtraba tímido por los ventanales de la mansión, tiñendo las paredes con un resplandor pálido que apenas lograba disipar la sombra de la noche anterior. No había dormido. Cada vez que cerraba los ojos, revivía la presión de la mano de Max en mi muñeca, su voz venenosa susurrando que nadie más me tocaría. Ese eco persistía en mi piel como una marca invisible.

Sobre la mesita de noche, el móvil brillaba con un mensaje que me había robado el sueño:

"Lorena, no lo dejes envenenarte. Estoy aquí para ti. —A"

Alejandro.

Una simple inicial en la pantalla y ya parecía un faro en medio de la tormenta… aunque también un recordatorio peligroso: aferrarme demasiado a él podía convertirme en otra pieza de su tablero. Y yo ya era pieza suficiente en el ajedrez de Max.

Caminé en círculos, incapaz de apaciguar la tormenta interna. La alfombra amortiguaba mis pasos, pero no el ruido de mis pensamientos. Max, con sus ojos azules capaces de arder o congelar en un instante. Alejan
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