45. Bajo Contrato
El timbre del móvil vibró con insistencia sobre la mesa de noche. El sonido me atravesó como un dardo en medio del silencio sofocante de la habitación. No era un mensaje breve esta vez, sino una llamada. Y algo en mi pecho me decía que no traería buenas noticias.
Cuando vi el nombre en la pantalla, una punzada me recorrió el estómago. Isabela.
Contesté, quizá más por curiosidad que por ganas de escucharla.
—¿Qué hiciste? —su voz me taladró el oído, cargada de rabia—. ¡Lorena, dime de una vez qué demonios le dijiste a Max para que me echara de la mansión!
Me quedé inmóvil, como si el aire se me hubiera escapado de golpe. ¿Echarla? Esa revelación me sacudió de pies a cabeza.
—¿Qué…? —balbuceé, fingiendo desconcierto—. No sé de qué estás hablando.
—¡No te hagas la inocente! —escupió—. Sé que siempre fuiste la favorita. Ese maldito contrato estaba diseñado para protegerte a ti. Yo confié en que Max me daría mi lugar, y ahora me encuentro encerrada como una prisionera en un departamento que