43. La advertencia de Fuego
El vapor del baño se mezclaba con su olor a jabón y poder masculino, envolviéndome en esa red invisible que siempre lograba tender. Una parte de mí lo odiaba con cada fibra de mi ser. Pero otra parte—esa parte oscura que me negaba a reconocer—se aferraba al recuerdo de tantas noches en que su cercanía me había hecho sentir deseada, necesitada, viva.
Esa ambigüedad era la prisión más cruel de todas.
Max ladeó la cabeza, evaluándome como si pudiera leer cada pensamiento contradictorio que intentaba ocultar. Su sonrisa se ensanchó ligeramente, oscura, satisfecha por lo que veía en mi rostro.
—Prepárate, Lorena —dijo casi casualmente—. Lo de tu padre es solo el comienzo.
El corazón me dio un vuelco violento.
—¿Qué quieres decir con eso?
Se encogió de hombros, como si estuviéramos discutiendo planes para la cena.
—No puedes jugar en dos bandos sin consecuencias. Y si insistes en desafiarme, en humillarme públicamente, en correr a los brazos de ese bastardo... yo también sé golpear donde más