78. Retorno a la Normalidad Fragmentada
La luz gris del amanecer se filtra entre las cortinas de seda de la mansión, creando patrones fantasmales sobre el rostro dormido de Max. Su respiración es profunda y pausada, interrumpida ocasionalmente por pequeños murmullos que me rompen el corazón. Incluso en sueños, parece llevar el peso del mundo sobre sus hombros.
Su brazo vendado descansa sobre la almohada, y por un momento, la imagen me transporta a esa noche terrible cuando Isabela alzó el cuchillo. Cierro los ojos, intentando borrar la memoria, pero algunas cicatrices son demasiado profundas para desaparecer.
Seguimos divorciados.
La frase golpea mi mente como un martillo implacable. Una semana entera he vivido en esta burbuja de falsa domesticidad, cuidando de él como si fuéramos los mismos de antes, como si nuestros papeles firmados no existieran, como si el dolor que nos causamos mutuamente pudiera borrarse con vendajes y sopa casera.
Pero no somos los mismos. Y por más que mi corazón se resista a aceptarlo, ya no somos