79. Ecos de una Caída
Las pastillas para el dolor tintineaban suavemente en el frasco dentro de mi bolso mientras caminaba por el vestíbulo de mármol de la Constructora Undurraga. María me había llamado hace una hora, su voz temblando con preocupación.
—Señora Lorena, él salió muy temprano y no ha vuelto. Usted sabe que debe tomar las pastillas cada seis horas exactas. Está sufriendo, lo sé.
—Tranquila, María. Voy a buscarlo.
Ahora, mientras subía en el ascensor hacia el piso ejecutivo, sentía una extraña mezcla de nostalgia y ansiedad apretándome el pecho. Estos pasillos fueron mi segundo hogar durante años. Conocía a cada empleado por su nombre, pero hoy me sentía como una intrusa en un lugar que solía ser mío por derecho matrimonial.
La recepcionista me sonrió con esa cortesía profesional que ocultaba incomodidad. Todos sabían del divorcio, del escándalo, de la caída en desgracia de la familia Undurraga. Yo era un recordatorio viviente de tiempos mejores y más complicados.
—¿El señor Undurraga está en su