57. Jugadas en la Sombra
Crucé las puertas de la constructora, y de inmediato sentí cómo el ruido del tráfico, los claxon impacientes y el murmullo de la gente parecían un eco lejano, como si el mundo funcionara a un ritmo que yo ya no entendía. Aunque el sol brillaba con fuerza en lo alto, para mí todo se había teñido de un gris sucio. El enfrentamiento con Max me había drenado hasta la última gota de energía. Una mezcla contradictoria de euforia, rabia y dolor me recorría como un veneno.
Caminé hasta la esquina con pasos rápidos, casi automáticos, y cuando levanté la mano un taxi se detuvo con un chirrido. Me encontré abriendo la puerta sin pensar demasiado. Subí al coche como una autómata, aunque no tenía claro adónde ir. Mi mente seguía fija en una sola idea: la guerra no había terminado. Max no me daría el divorcio fácilmente, y lo sabía demasiado bien. Si algo definía a Max era su obsesión por ganar. En cambio, yo ya había tomado mi decisión: no me rendiría, aunque eso significara arrastrar conmigo las r