52. El Plan
El mensaje de Max seguía brillando en la pantalla de mi teléfono:
"Tenemos que hablar. No creas nada de lo que te diga ella."
Lo leí tantas veces que las letras comenzaron a perder sentido, como si fueran símbolos vacíos. Aunque tenía mil cosas que decir, no respondí. Comprendí que por primera vez en mucho tiempo mi silencio podía ser más poderoso que cualquier palabra.
Guardé el celular en el bolso, apreté la cremallera y eché a andar mientras Madrid bullía a mi alrededor. Coches tocando el claxon con impaciencia, terrazas repletas de voces y vasos que tintineaban, luces que empezaban a encenderse como si la ciudad despertara para otra vida nocturna. Sin embargo, dentro de mí rugía algo distinto: un instinto frío, calculador, que había mantenido encerrado bajo capas de miedo y resignación.
Durante demasiado tiempo había reaccionado a los movimientos de Max y de Isabela, corriendo detrás de lo que me quitaban e intentando salvar migajas de dignidad. Había soportado que me llamaran trai