26. París y sus Peligros
Durante el despegue, el silencio fue denso como niebla tóxica.
Max intentó conversar sobre trabajo—la reunión con inversionistas alemanes, las proyecciones del próximo trimestre, la expansión en mercados europeos.
Yo respondí con monosílabos, cada palabra medida como veneno dosificado.
Pero era imposible ignorarlo. Su presencia llenaba el espacio limitado. Su perfume me envolvía traidoramente, recordándome noches que mi mente quería olvidar pero mi cuerpo insistía en recordar.
—Sobre lo que dije en el jardín... —Max finalmente rompió el silencio con voz más baja—. 'No eres la mujer que amé'...
—Tenías razón. —Lo interrumpí sin mirarlo—. Esa mujer murió. Y tú la mataste cuando elegiste a Isabela sobre mí una y otra vez.
—Lorena, yo nunca...
—No. —Finalmente lo miré—. No tienes derecho a decir mi nombre con ese tono. Como si aún significara algo para ti. Como si no hubieras destruido todo lo que construimos.
Una turbulencia sacudió el avión. Instintivamente me aferré al reposabrazos.
Max