126. El Cuarto de Hospital
La habitación 407 del Hospital Universitario La Paz se ha convertido en una jaula de cristal. Hay un escritorio plegable junto a la ventana donde Max ha montado su cuartel general: portátil, dos monitores y cables serpenteando como víboras por el suelo. María trajo una suculenta que ahora vive en el alféizar, un recordatorio verde y patético de que la vida sigue allá afuera mientras yo me marchito aquí dentro.
Llevo cinco días en esta cama. Cinco días de monitores, agujas y el sonido constante de mi propia ansiedad.
Observo a Max. Está en una videollamada, de pie junto a la ventana. Lleva la misma camisa de ayer, arremangada hasta los codos. Gesticula con esa intensidad controlada que usa para degollar competidores. —No, Ramírez, esos márgenes son un insulto. Revisa los números con ingeniería y no me vuelvas a llamar hasta que tengas una solución.
Cuelga y se gira hacia mí. Su máscara de "tiburón corporativo" se derrite al instante, reemplazada por una suavidad que solo tiene conmigo.