125. Pasando la Antorcha
Sábado, 10:23 AM. Hospital Universitario La Paz.
La luz de la mañana se filtra por las cortinas de mi habitación privada, dibujando patrones dorados sobre las sábanas blancas. He estado despierta desde las seis, observando el monitor fetal que traza el latido de mi bebé en líneas verdes y constantes. Cada pico es una pequeña victoria. Cada valle, un recordatorio de lo frágil que es todo esto.
Max se fue hace una hora para ducharse y cambiarse. Prometió volver antes del mediodía. Beatriz y Clara fueron a buscar café y algo de comer. Por primera vez en horas, estoy sola con mis pensamientos.
Un golpe suave en la puerta me saca de mi espiral de ansiedad.
—¿Lorena? —la voz de Diego es tentativa, como si temiera despertarme.
—Entra.
La puerta se abre y mi hermano aparece, y el impacto visual me golpea como un puñetazo. Se ve terrible. Ojeras profundas, cabello despeinado. Pero lo que más me duele es ver sus ojos—rojos e hinchados de llorar.
—Dios, Lorena —dice, y su voz se quiebra completa