127. La Conversación Pendiente
El monitor fetal es un metrónomo implacable. Afuera, el pasillo del hospital duerme. Adentro, el aire está cargado de palabras no dichas.
Observo a Max. Duerme en esa silla reclinable de vinilo, con el cuerpo doblado en un ángulo imposible que le cobrará factura mañana. Su portátil sigue abierto en el regazo, iluminando su barbilla con una luz azul fantasmal. Tiene una mano extendida hacia mi cama, aferrando la sábana cerca de mi cadera, como si incluso en sueños necesitara asegurarse de que no me he desvanecido.
Pero yo no puedo dormir. No desde el correo de Victoria. No desde que vi cómo se le tensaba la mandíbula al leerlo. Porque hay una conversación pendiente. Una herida que he estado cubriendo con vendas temporales durante seis días, pero que sigue sangrando por debajo.
Victoria lo cambia todo. Su presencia en nuestra vida durante los próximos seis meses es un catalizador. No puedo enfrentarla con dudas. No puedo ir a la guerra si no sé si mi general está conmigo por lealtad o po