106. Viral
Diego está apoyado contra la pared del pasillo, fumando con una voracidad que delata su estado. Dejó el tabaco hace dos años, pero esta noche la nicotina parece ser su único salvavidas.
Se endereza bruscamente cuando me ve salir. Apaga el cigarrillo contra el mármol inmaculado de la pared, sin importarle las normas del hotel. Ni siquiera pregunta qué pasó. Mi cara debe gritarlo todo —la humillación, el dolor agudo en el pecho, la desilusión—, porque simplemente me ofrece su brazo. Es un soporte sólido en un mundo que se tambalea.
—Nos vamos —logro decir, y mi voz suena como cristal roto—. Ahora.
—¿Y Camila?
—Envíale un mensaje. Dile que nos encontramos en el auto. No puedo esperar un segundo más.
Caminamos a paso rápido a través del vestíbulo.
Mis tacones repiquetean contra el suelo como disparos secos. La gente se gira. Siento sus miradas quemándome la piel; probablemente notan mi expresión descompuesta, la velocidad de nuestra huida, la forma en que Diego me sostiene como si yo fuera