107. La Mañana Después
Domingo, 07:30 hrs.
Despierto con la sensación de que un camión me atropelló.
La luz del sol se filtra brutalmente a través de las cortinas que olvidé cerrar anoche. Mi cabeza palpita—consecuencia directa de la botella de vino que Camila, Diego y yo demolimos mientras diseccionábamos cada momento horrible de la gala. Mi teléfono está en silencio en la mesita de noche, donde Diego insistió en dejarlo después de que alcanzara las veintitrés llamadas perdidas de Max.
Veintitrés.
Por un momento, acostada en mi cama con el vestido rojo todavía puesto—ni siquiera tuve energía para quitármelo anoche—considero la posibilidad de simplemente quedarme aquí. De no levantarme nunca.
Mi teléfono vibra.
A pesar de estar en silencio, puedo ver la pantalla iluminarse. Una notificación. Luego otra. Y otra. Como un goteo constante de recordatorios de que mi vida es ahora entretenimiento público.
Extiendo la mano hacia el teléfono con la misma cautela que usarías para tocar una bomba sin detonar.
Treinta