Isabella despertó en medio de la madrugada, con el corazón latiendo demasiado fuerte dentro de su pecho.
El silencio de la habitación era denso, como si incluso el aire se negara a moverse.
A su lado, Kaen dormía profundamente, su respiración acompasada llenando el cuarto le hizo pensar que él no iba a despertar y eso era en realidad lo que ella quería ahora mismo.
Lo observó durante largos segundos, sin parpadear, con una mezcla de ternura y dolor que le desgarraba el alma.
Sabía que lo amaba con locura, con esa clase de amor que consume, que quema y que arrastra al abismo sin remedio.
Lo amaba con ese amor de compañeros destinados por la Diosa Luna, tanto que su sola visión era suficiente para hacerla temblar.
Pero también lo odiaba en ese instante.
Odiaba la traición que sentía en cada fibra de su cuerpo, en cada rincón de su alma, como una daga envenenada, clavada muy hondo, él iba a tener un cachorro con otra hembra, o al menos eso pensaba.
Quiso rozar su rostro, deslizar sus dedo