—¡Isabella!
Kaen corrió hacia ella, su corazón latiendo con una intensidad que parecía resonar en todo su ser.
Cada paso que daba era un eco de su desesperación, un grito silencioso que imploraba por una respuesta, por una mirada, por un gesto que indicara que todo lo que había pasado no era más que un mal sueño.
Sin embargo, Isabella, con la mirada fija en el horizonte, pasó de largo, como si él no existiera.
La angustia se apoderó de él, y, en un impulso casi instintivo, la tomó del brazo.
Necesitaba tocar su piel, sentir su calor, para asegurarse de que era real, de que no se había desvanecido en el aire.
—¡No me toques! —ella respondió, apartando su brazo con una mezcla de rabia y dolor que atravesó a Kaen como un cuchillo afilado.
Las palabras de Isabella resonaron en el aire, y él sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor.
—¿Cómo es posible? —preguntó, su voz temblando entre la incredulidad y la tristeza profunda.
Ella sonrió, pero no era una sonrisa de alegría; era una s