—¡Isabella! —gritó Kaen, su voz resonando con desesperación mientras la veía en manos de Dante, al borde de caer al abismo.
Un rugido gutural salió de su pecho, y sintió cómo el terror se apoderaba de él.
Quería correr hacia ella, pero cuando lo hizo, Dante lo detuvo.
El instinto lo empujaba a actuar, a protegerla a toda costa.
Isabella temblaba, su cuerpo vibrando con el miedo que la envolvía. Su mirada se encontraba perdida entre la desesperación y la esperanza, mientras un profundo pánico la invadía.
—¡Escúchame, Kaen! —gritó Dante, su voz fría y calculadora—. Si quieres que tu amada Isabella viva, harás exactamente lo que yo te diga; ¡Quiero la manada!
Kaen lo miró como si fuera un loco, su mente luchando entre la lógica y la rabia. La idea de rendirse ante un monstruo como Dante lo llenaba de asco.
—¡Antes de morir, darás la orden de Alfa! —continuó Dante, acercando a Isabella aún más al borde—. Informarás a todos que seré el nuevo gran Alfa. Luego, me entregarás la piedra del pod