La loba fue llevada tambaleándose a la habitación, con la cara pálida y los ojos enrojecidos; los murmullos corrían como viento frío entre las ramas de la manada.
Llamaron al médico con urgencia, pero la tensión ya se había apoderado del lugar.
Claire estaba acurrucada en la camilla, fingiendo desvanecimiento; se abrazaba el vientre con manos temblorosas mientras su mirada buscaba cualquier atisbo de compasión.
Kaen entró después, con el paso tenso y la respiración contenida.
Al verla, una sensación extraña le atravesó el pecho: su lobo interior se encendió, una alarma primitiva que no sabía traducir en palabras.
Fue como sentir algo por primera vez con una claridad brutal: el olor en la habitación era… discordante.
El instinto lo empujó a olfatear, a dejarse guiar por ese sentido que nunca fallaba.
Y entonces lo supo, con la certeza de quien reconoce su propia sangre: ese cachorro no era suyo.
Salió de la habitación como impulsado por un fuego. Claire empezó a gritar su nombre, a lla