La luz del amanecer se filtraba entre las ramas de los árboles, tiñendo la tierra con tonos dorados y suaves. Eira estaba sentada junto al lago, con los pies descalzos rozando la superficie del agua. El murmullo de las hojas y el canto de los pájaros creaban una calma engañosa, como si la tierra misma contuviera el aliento ante lo que estaba por venir.
A su lado, Aidan permanecĂa en silencio, observándola. Sus dedos rozaban los de ella apenas, una conexiĂłn sutil pero constante. No necesitaban palabras. SabĂan que el momento se acercaba: la partida hacia las tierras malditas, la bĂşsqueda de respuestas, el enfrentamiento con lo que aĂşn no comprendĂan del todo.
—Me da miedo lo que podamos encontrar allá —confesó Eira de pronto, rompiendo el silencio con voz baja.
—A mĂ tambiĂ©n —respondiĂł Aidan sin rodeos—. Pero más miedo me da no regresar. No por mĂ… sino por dejarte.
Eira lo mirĂł, sus ojos dorados reflejando una mezcla de temor y determinaciĂłn.
—Por eso quiero que hoy sea diferente —dij