El aire en la habitación se había vuelto tan denso que Valeria podía sentirlo presionando contra su pecho, robándole el oxígeno. Aleksandr permanecía de pie junto a la puerta, su expresión una máscara cuidadosamente construida que comenzaba a agrietarse en los bordes.
—Valeria, necesito que respires —dijo él finalmente, su voz controlada pero con un filo de urgencia—. El estrés no es bueno para el bebé.
—¡No uses a nuestro hijo como excusa para evadir esta conversación! —estalló ella, sintiendo cómo la rabia y el dolor se entrelazaban en su garganta—. ¡Respóndeme, Aleksandr! ¿Sabías que tu padre fue responsable de la muerte de mis padres?
Aleksandr cerró los ojos brevemente, como si estuviera reuniendo fuerzas. Cuando los abrió nuevamente, había algo diferente en ellos. No arrepentimiento, no culpa. Sino cálculo.
—Es complicado —comenzó él.
—¡No! —gritó Valeria, arrojando el sobre con las fotografías hacia él. Las imágenes se dispersaron por el suelo como hojas caídas—. ¡No es complica