Valeria no recordaba cómo había llegado de vuelta a su habitación. Sus pies la habían llevado por los pasillos del departamento en una nebulosa de dolor y rabia, esquivando las miradas preocupadas de todos a los que se encontraba a su alrededor; el ama de llaves y los guardias que patrullaban cada esquina. Cuando finalmente cruzó el umbral de su habitación, cerró la puerta con tanta fuerza que el sonido resonó por todo el ala oeste.
Se dejó caer contra la puerta, deslizándose hasta quedar sentada en el suelo de mármol frío. Sus manos temblaban mientras las presionaba contra su rostro, intentando contener los sollozos que amenazaban con escapar.
—No puedo.
Las palabras de Aleksandr resonaban en su mente como campanas fúnebres. Dos palabras simples que habían destruido cualquier esperanza que hubiera tenido de que el amor pudiera ser suficiente.
Se levantó con esfuerzo, caminando hacia el espejo de cuerpo completo. La mujer que le devolvía la mirada era una extraña. Ojos hinchados y enro