La sangre hervía en las venas de Aleksandr mientras revisaba las grabaciones de seguridad por tercera vez. Las imágenes mostraban claramente cómo Valeria había escapado del apartamento, pero lo que le revolvía el estómago no era su huida, sino la evidente ayuda interna que había recibido.
—Reproduce el segmento de las 12:14 nuevamente —ordenó a Viktor, quien manipulaba el sistema de vigilancia con expresión tensa.
En la pantalla, el guardia de turno abandonaba su puesto exactamente tres minutos antes de que Sofía, la empleada de limpieza, sacara a Valeria en el carrito. No era coincidencia. Alguien había orquestado esa ventana de tiempo.
—¿Quién estaba de guardia? —preguntó Aleksandr, su voz convertida en hielo puro.
—Román Vásquez —respondió Viktor, evitando mirar directamente a su jefe—. Uno de los hombres de Luka.
Aleksandr se pasó la mano por la cicatriz de su mejilla, gesto que solo aparecía cuando su ira alcanzaba niveles peligrosos. Román llevaba dos años bajo su protección, tie