64. Definitivamente tiene que ser mía.
—Salió de la habitación —dijo y cada palabra golpeó la conciencia de todos los presentes.
Un estremecimiento recorrió la sala.
Los machos de la sala inhalaron el aroma, al fin de ella, provocando enseguida una reacción en los solteros, algunos dieron un paso hacia la puerta, como si pensara seguirlo. Eryx lo vio.
Y gruñó.
No fue un sonido humano.
Fue un aviso de muerte.
—Si alguno de ustedes se atreve... si uno solo la sigue... —dijo con voz baja y oscura por el lobo. La frase quedó suspendida en el aire, demasiado peligrosa para ser completada, pero él aún así lo hizo—. Si alguno la toca... No vivirán para contarlo.
Cada ojo se desvió, cada mandíbula se tensó y el silencio se volvió un peso insoportable.
Los Alfas comprendieron al instante, frente a ellos estaba un Alfa desatado, guiado por el instinto más primitivo y deseo de un depredador que no toleraría oposición.
Eryx avanzó hacia la salida, pero no caminó.
Se movió como un depredador, ligero y letal, cada paso un recor