48. Quizás… quizás es tu Luna
Durante el día, Lana cumplió con sus tareas.
Llevó papeles a Eryx, limpió su mesa, organizó sus armas.
Cada movimiento lo hacía con gracia.
Sin hablar.
Sin mirarlo.
Y eso lo enloquecía.
—Tienes los hombros tensos —comentó él a media tarde, cuando ella se agachó a limpiar el polvo bajo la chimenea después de que llegara de los entrenamientos donde ella también debió asistir, pero hasta antes de la hora del almuerzo, donde tuvo que llevárselo enfrente de toda la manada.
Ella no respondió.
—¿No me oyes?
—Te oigo. Pero no tengo permiso para hablar, ¿O sí?
Eryx se levantó de golpe.
La sujetó del brazo y la obligó a ponerse de pie.
—¿Qué estás haciendo, Lana?
—Mi trabajo. ¿O también lo estoy haciendo mal?
La furia se mezcló con el deseo.
La cercanía, el olor de ella, la forma en que su cuerpo temblaba y no sabía si era rabia… o lo otro.
—Estoy intentando no arrancarte la ropa —gruñó él con la respiración pesada—. No me provoques.
—No te estoy provocando, Alfa. Tienes la mala costumbre de