El macho la miró por más tiempo del necesario casi intimidándola.
—¿Sabes lo que me estás pidiendo, Omega?
Ella no vaciló.
—Lo sé. Haré lo que quieras, si me ayudas.
Los dos continuaron mirándose hasta que una energía helada atravesó el aire como una daga, el poder del Alfa los envolvió.
Cuando él se hizo notar el silencio fue absoluto.
Lana miró al recién llegado como si se tratara de una aparición, sus pasos eran lentos pero firmes, peligrosos.
Él era alto, demasiado y su cuerpo era fibroso, emanaba fuerza.
Un calor helado sacudió su espina dorsal en el momento en que sus ojos se encontraron. Sin pestañear el macho la examinó haciéndola sentir ahogada.
Había algo oscuro en él.
Algo que causó una cosa intensa en su interior que ni siquiera ella sabía cómo explicar.
—¿Qué está pasando? —la pregunta repentina no se hizo esperar.
Su entrecejo se frunció sin apartar la vista de la hembra llena de barro justo frente a él.
El macho se tensó al captar el hermoso color de ojos que poseía.
Se detuvo con los brazos cruzados y la espalda recta. El sonido de una voz suave, lo había atraído pero no esperaba encontrar allí a su Beta, quien sostenía la mano de una loba menuda de aspecto insignificante a primera vista, pero por alguna razón, el Alfa se sentía descolocado, sin poder apartar la vista de sus orbes.
“¿Quién es ella?”
Caius, su Beta carraspeó antes de responder.
—Su nombre es Lana —anunció antes de sostener la mano de la hembra—. Mi compañera.
La afirmación se estrelló contra los sentidos del Alfa con violencia, sus ojos bajaron al agarre de su Beta, quien sostenía la mano firmemente de la hembra. Un leve tic se formó en su mandíbula.
Eryx no entendió la repentina oleada de furia que lo invadió.
—Que se bañe, no pienso tener a esta hembra andrajosa en la casa de la manada.
Ella abrió la boca ofendida y ruborizada al mismo tiempo por la vergüenza, estaba a punto de protestar pero tuvo que callar al verlo marcharse.
Lana se había quedado aturdida porque jamás había conocido un macho como ese, mucho menos que emanara aquella fuerza letal.
Ignorando su estado, el macho a su lado le sonrió sin liberarla de su agarre.
—Haremos esto, la única manera que puedas salir de tu manada y acercarte al mundo humano es que finjamos ser compañeros y pueda llevarte a la manada sangrienta, nadie debe saber que no tenemos el vínculo. ¿Está claro?
Ella lo sabía.
Lo que realmente la había sorprendido, es que ese macho quisiera ayudarla metiéndose en problemas si alguien lo descubría.
Nadie nunca se había arriesgado por ella.
—S-sí, pero ¿Qué quieres a cambio?
Lana temió.
No tenía nada que ofrecer y aún así le había dicho al macho que haría lo que fuera, porque la ayudara.
Él ladeó la cabeza mirándola fijamente antes de sonreír.
—Solo tu amistad, pequeña Lana. Eso es todo. Soy Caius, por cierto. Recuérdalo. Ahora vamos, tienes que darte un baño antes de que volvamos a mi manada.
Lana lo miró con recelo dudando, pero no se negó, pues él era la única esperanza que tenía para salir de allí.
*
Juntos se habían dirigido al río que dividía las manadas. Caius le había dado privacidad mientras iba por algunas de sus ropas, para que ella pudiera cambiarse.
La había aprovechado para tallarse el cuerpo, limpiando cada rastro de suciedad.
“¿De verdad voy a ser libre?”
Una sonrisa inocente se dibujó en su rostro inevitablemente ante la esperanza latiendo vivamente, ella se introdujo por completo en el río después de lavar su cabello.
Caius realmente había sido amable e incluso la hizo sentir protegida, algo que ni siquiera su propio padre había logrado.
Lana estaba perdida en sus pensamientos, pero eso no le impidió sentir un calor extraño recorrerla y sus ojos se dirigieron hasta un punto donde lo vio.
Aquel macho que acababa de conocer.
Estaba con los brazos cruzados apoyando su espalda en uno de los árboles. Sus ojos gélidos se clavaron en ella, poniéndola más incómoda.
Lana sintió como sus mejillas enrojecían sintiéndose molesta.
—¡¿Qué haces ahí, pervertido?!
Ella se cubrió con las manos y él la observó casi con aburrimiento.
—¿Pervertido? Si quisiera mirar un cuerpo desnudo te aseguro que no serías la elegida —le respondió casi con aburrimiento.
“¡Grosero! ¡¿Quién demonios se cree que es?!” Pensó ella furiosa.
—¡¿Entonces qué haces allí parado, sino es para verme?!
—No tengo que darte explicaciones, cachorra. Pero deberías cubrirte —añadió él en un tono bajo, casi ronco esta vez, recorriéndola con la mirada, sin disimulo—. No todos los machos son razonables, como yo.
La piel de sus brazos se erizó y sus pezones endurecieron por la mezcla de agua fría y la tensión que él destilaba.
Su presencia era tan imponente e inquietante. No entendía por qué su cuerpo reaccionaba así. Cada vez que le hablaba sentía un cosquilleo debajo de la piel, como si una parte salvaje de ella despertara.
Había algo en ese macho que la desarmaba.
Él no era como los lobos que había conocido.
Había una oscuridad a su alrededor predominante que la asustaba, pero al mismo tiempo, la atraía.
Eso no le gustaba.
—Deberías agradecer que fui yo quien te encontró y no otro sin tu… compañero cerca.
—Sé cuidarme sola —ella tuvo la necesidad de defenderse—. No te necesito. Ni a mi compañero.
Él volvió a mirarla y no en sus ojos, una chispa de diversión que a ella sinceramente le molestó.
—Ya lo creo.
“¿Se está riendo de mí?”
—Lana, aquí está…
Caius se calló repentinamente al ver que Eryx estaba allí.
—Los demás están a punto de venir. Haz que se vista y aliméntala. Está en los huesos.
Lana solo se quedó callada porque Caius estaba allí, pero su corazón estaba palpitando con fuerza y sus mejillas seguían encendidas, la rabia estaba recorriéndola mientras lo veía alejarse como si se tratara de una especie de dios y todos se debieran a él.
—Maldito arrogante —bufó por lo bajo antes de volver su mirada a Caius.
Luego bajó su vista hasta su torso, tarde entendió que él no podía verla desnuda desde aquel lugar.
—¿Te dijo algo? —habló nuevamente el Beta llamando su atención.
—Nada que no pudiera manejar.
Él la miró como si no creyera lo que le estaba diciendo, pero aun así asintió con la cabeza dejando lo que había traído para ella en una de las rocas, al lado del río.
—Apresúrate, todos están a punto de venir, volveremos a la manada.
Ella asintió con la cabeza y cuando él se fue, no dudó en ir a la orilla y vestirse nerviosa.
Estaba a un paso de su libertad.
Pero, ¿Realmente era así?