Eryx se había acercado al punto de encuentro con sus hombres pero no esperaba ver a aquella hembra bañándose en el río.
Inevitablemente se había quedado embelesado con la sonrisa en sus labios, desde donde estaba no podía ver más que su rostro y su cabello castaño ahora limpio de barro.
Justo en ese momento, la hembra lo había atrapado mirándola, evidentemente ella no sabía que ese era el punto de encuentro con los otros lobos y por alguna razón a él lo enfurecía pensar que otros pudieran verla de aquella manera. Incluyendo a Caius.
Lo había sorprendido enfrentándolo tan descaradamente, de hecho, eso lo había divertido.
Cuando su Beta apareció, el tic en su mandíbula se notó y tuvo que salir de allí.
“¿Qué carajos está pasándome?”
Pero la frustración que sentía, no había desaparecido.
Cuando retomaron el camino para volver a su manada, la hembra caminaba despacio, aunque buscaba acelerar el paso para estar a la par con su compañero.
Eryx no pudo evitar notar que comenzaba a temblar visiblemente y sus labios estaban morados.
—Las cachorras débiles no duran en mi manada, puedes volver, si no puedes mantenerte en pie —soltó ocasionando que ella lo mirara con furia reprimida.
Caius como si pudiera sentir su rabia se inclinó protectoramente cerca de ella, haciendo que Lana se sonrojara y Eryx los viera de reojo, irritado.
Sus puños se apretaron.
—¿Estás bien, Lana?
Sin querer llamar demasiado la atención pues todas las miradas estaban sobre ella y una que otra persona cuchicheaban, asintió con la cabeza avergonzada, sintiéndose fuera de lugar y vulnerable, como en su manada.
“Esto nunca acabará. Pero aun así, me siento más libre, de lo que todos estos años me he sentido.”
Se abrazó a sí misma.
Sus dedos estaban helados.
—Sí, no te preocupes.
— ¿También necesitas que te carguen para no romperte, cachorra?
“¿Qué le pasa a este imbécil?”
—Puedo hacerlo sola.
—No parece.
Nuevamente él avanzó dejándola con la palabra en la boca.
Evidentemente estaba acostumbrado a tener la última palabra.
—Lana —ella notó la preocupación en la voz de Caius llenándola de calidez.
Era la primera vez que alguien se preocupaba por ella. Se esforzó por sonreírle.
—Sigamos.
Comenzaron a avanzar en silencio, no supo por cuánto tiempo. Lana sentía sus pies adoloridos pero se obligó a seguir, principalmente para demostrarle a ese macho odioso que ella era más fuerte de lo que aparentaba. Aunque no fuera cierto.
—Ay…
Lana estuvo a punto de caer tras tropezarse con una rama, el Beta a su lado intentó sujetarla, pero fue otra mano quien la atrapó del codo deteniendo su caída.
El tacto repentino provocó que un estremecimiento involuntario recorriera a su cuerpo haciendo cosquillas en su vientre bajo.
Ella alzó la mirada encontrándose con aquellos ojos fríos, sus dedos seguían apretando su piel con fuerza contenida.
La proximidad entre ellos era abrumadora e intensa, casi íntima, como si el resto del mundo de repente hubiera desaparecido.
—Eres realmente torpe, mantente erguida.
Ella se soltó de su agarre abruptamente fulminándolo con la mirada.
— ¿Por qué te molesta tanto que me caiga?
Su atrevimiento sorprendió al Alfa pero fingió indiferencia.
—No me molesta que te caigas, me molesta que retrases a la manada con tu lentitud y torpeza —afirmó con voz gélida y enronquecida.
Ambos se miraron a los ojos enviándose miradas asesinas cargadas de una tensión que ninguno de los dos podía leer.
“¿Por qué me mira de esa manera? ¿Y por qué mi corazón está latiendo tan rápido?
—Muévete, cachorra —dijo Eryx con voz seca sacándola de sus pensamientos al mismo tiempo que pasaba junto a ella sin mirarla—. No nos hagas perder más el tiempo.
Esta vez Eryx siguió caminando al frente sin permitirse buscar a esa hembra con la mirada.
“Ya basta.” Quiso controlar los pensamientos que comenzaban a formarse en su cabeza al respecto de esa hembra.
—Mírala —escuchó de repente a una de las hembras—. Ni siquiera puede mantenerse en pie, qué vergüenza para una supuesta compañera del Beta.
—Beta Caius, debería saber que esa hembra no vale nada. Debería regresar. Si el Alfa Cole se entera de que ella está aquí, quizás sea un problema para la manada sangrienta.
Eryx se giró en dirección a la hembra que hablaba.
— ¿Te parezco alguien que teme a la furia de otro Alfa? —su pregunta sonó fría pero al mismo tiempo letal.
Lana experimentó un escalofrío recorrerla a pesar de que él no se estaba dirigiendo a ella.
Lo miró conmocionada, dándose cuenta de quién era realmente ese macho.
“Él es el Alfa sangriento al que todos le temen ¡Y yo lo he desafiado de mil maneras!” Gimió horrorizada en su interior.
—N-no Alfa, yo…
—Si vas a abrir la boca para decir algo, asegúrate que sea algo inteligente. No una estupidez.
Su tono no subió de volumen, pero todos retrocedieron un paso, sin necesidad de tocar a la hembra, la hizo agachar la cabeza temblorosa.
—Sigan caminando, no quiero más retrasos.
Eryx observó de reojo con la mandíbula apretada como su Beta cargaba con cuidado a la hembra de ojos violetas.
Algo primitivo que no había autorizado dentro de él se inquietó.
Su lobo interior gruñó.
“Esto es ridículo.”
—La próxima vez que camine —dijo en tono bajo pero al mismo tiempo molesto.
La vio temblar acercándose más a Caius, buscando su calor.
“Demasiado cerca.”
Dio un recorrido rápido por su cuerpo cubierto por la camina de Caius que le quedaba como una especie de vestido feo.
—En mi manada no hay inútiles.
—Tú mismo lo dijiste, Alfa. Ella está en los huesos. Será solo esta vez. Tiene frío.
Lana vio como él les daba la espalda y lideraba el grupo.
“¿Cómo no me di cuenta que era el Alfa?”
Probablemente porque estaba demasiado preocupada tratando de huir de su manada. Pero cada parte de él gritaba Alfa.
En especial su cuerpo.
El Alfa no había parado de lanzarle palabras mordaces y ahora está sorprendida de que no la hubiera lastimado por atreverse a responderle, después de todo, lo que se decía de él daba miedo.
Como si supiera que lo estaba mirando sus ojos volvieron a encontrarse.
No había suavidad en su rostro.
Solo dureza.
Juicio.
“¿Por qué me odia? Me mira como si quisiera matarme.”
—Intenta no desmayarte por el esfuerzo de mantener los ojos abiertos.
Ella sintió una mezcla de calor y rabia subir por su garganta.
Quería responderle, pero ahora que sabía quién era, no podía darse el lujo de atraer demasiado la atención del Alfa.
Si pronto escaparía de la manada lo mejor era pasar desapercibida, una vez que llegarán a su manada se dedicaría a ser invisible para por fin marcharse.
El Alfa pronto se olvidaría de su presencia en la manada.