130. Extraño presentimiento
La luz del sol marcaba su figura atractiva, sus hombros, el pecho amplio, la mandíbula tensa. Era imponente, hermoso de una manera que cortaba la respiración.
Y no miraba a nadie más.
Solo a ella.
Sus ojos verdes la atraparon al instante, intensos, hambrientos. No había sonrisa en sus labios, solo aquella leve curvatura peligrosa que prometía cosas que aún no se habían dicho en voz alta.
Lana sintió el calor subirle por el cuello hasta las mejillas, al notarlo y se preguntó si las había escuchado.
Pero Eryx no había oído ni una palabra de la conversación entre Lana y Zoe. Se había dirigido a la cocina no solo a recordarles lo que había pedido para aquella noche, había podido hacerlo en otro momento del día, pero se había acercado atraído por el sonido infantil de sus cachorros y, sobre todo, por el olor de ella, más intenso mezclado con algo dulce que le hacía apretar los dientes queriendo devorarla.
Se detuvo en el umbral pero Lana no estaba dentro de la cocina, sino afuera hablando