116. No confío en ti
Lana despertó de golpe con la respiración acelerada, el pecho palpitando, la piel erizada como si hubiese estado corriendo en sueños.
Abrió los ojos aturdida y enseguida se dio cuenta de que aquella habitación no era suya.
Era una cabaña iluminada por lámparas cálidas, con olor a madera, bosque y un aroma masculino tan intenso que pronto hizo que Lana se incorporara con brusquedad recordando lo que había pasado antes de perder el conocimiento.
—¿Don...? —su voz se quebró.
Sintiendo aquella mirada incluso antes de verlo.
Ella tragó saliva y al alzar la mirada no tardó en verlo.
El Alfa estaba allí, sentando en una silla a los pies de la cama, observándola en silencio desde la oscuridad.
Sus ojos verdes resaltaban haciéndola contener el aliento, inquietándola porque no entendía aquella emoción que le quemaba el pecho nada más al ver a ese macho.
Su presencia lo ocupaba todo, sus orbes la devoraban incluso antes de que ella despertara y ella tembló sintiendo aquella calidez que no deberí