El último tramo de la marcha se sintió menos como una travesía y más como un descenso constante a un plano de existencia diferente, el aire se volvió pesado, la atmósfera cargada con la electricidad cruda de una tormenta mágica, la densa niebla matinal, que había servido para ocultar su avance, ahora se transformaba en una cortina de humo psíquico, un velo que distorsionaba la percepción de la realidad, Lía sentía la acumulación de energía oscura, una presión tangible en sus sienes que superaba con creces el dolor que había experimentado en los días anteriores, la presencia del sitio del ritual, la Ciudad de Piedra, estaba infestando el ambiente.
La presión se manifestaba de dos maneras insoportables, primero, el rastro de El Maestro ya no era una línea de huellas psíquicas, sino una marea de energía caótica y antigua, una sinfonía disonante de magia que hacía palpitar su cabeza, segundo, y más doloroso, la Marca Rota de Lía se había vuelto hiperactiva, la proximidad al objetivo final