La noche había caído sobre la mansión Draeven como un manto de terciopelo negro. Adriana observaba por la ventana de la biblioteca, con los dedos rozando el cristal frío. Había algo extraño en el aire, una tensión que parecía vibrar en la atmósfera misma. Tres días habían pasado desde su último enfrentamiento con el clan Moroi, y el silencio subsiguiente resultaba más inquietante que cualquier amenaza directa.
—Están demasiado callados —murmuró, más para sí misma que para Lucien, quien revisaba antiguos manuscritos en su escritorio.
Él levantó la mirada, sus ojos brillando con un destello plateado bajo la luz tenue.
—Los silencios prolongados nunca son casuales en nuestro mundo, _ma petite_. Siempre preceden a algo.
Adriana se apartó de la ventana, acercándose a él. El ves