El vestido negro se deslizaba sobre mi piel como agua de medianoche. Lucien lo había elegido personalmente: seda líquida que caía en cascada desde mis hombros hasta rozar el suelo, con una abertura lateral que revelaba más de lo que ocultaba. La espalda completamente descubierta exponía cada vértebra de mi columna, un camino vulnerable que sus dedos habían recorrido mientras me ayudaba a vestirme.
—Esta noche no eres mi protegida —había susurrado contra mi nuca mientras ajustaba el collar de rubíes en mi garganta—. Esta noche eres mi declaración de guerra.
El Baile de la Luna Carmesí era una tradición milenaria entre los clanes vampíricos más antiguos. Una tregua temporal donde los enemigos mortales compartían el mismo espacio, bebían la misma sangre y, bajo el velo de la cortesía, afilaban sus dagas verbales. Y yo, mita