El archivo estaba sobre la mesa de cristal, como una bomba a punto de estallar. Adriana lo miraba fijamente, con las manos temblorosas y el corazón latiendo a un ritmo que ni siquiera su mitad vampírica podía controlar. Lucien se mantenía de pie junto a la ventana, su silueta recortada contra el cielo nocturno de la ciudad, observándola con esa mirada penetrante que parecía atravesarla.
—Ábrelo —dijo él con voz serena—. Es hora de que conozcas la verdad.
Adriana tomó aire. El sobre manila tenía el sello del clan Veyra, pero había sido obtenido de los archivos privados de su abuelo, aquellos a los que nadie tenía acceso. Ni siquiera ella.
—¿Cómo lo conseguiste? —preguntó, aunque ya sabía que Lucien tenía formas de obtener cualquier cosa que deseara.
—Eso no importa ahora. Lo que importa es lo que contien