El amanecer se filtraba por las cortinas cuando Adriana cruzó el umbral de la mansión Veyra. Cada paso sobre el mármol negro resonaba como un recordatorio de su crimen. La sangre de Julián ya no manchaba sus manos, pero su olor persistía en su memoria, metálico y acusador.
La casa familiar, una fortaleza neogótica de tres siglos de antigüedad, permanecía en silencio. Los sirvientes —todos humanos bajo contrato de sangre— apenas comenzaban sus labores matutinas. Adriana agradeció ese momento de tregua mientras subía la escalinata principal, rogando llegar a su habitación sin ser detectada.
—Madrugadora, ¿no es así?
La voz de su abuelo la congeló en el último escalón. Giró lentamente para encontrarse con Augusto Veyra, patriarca del clan, sentado en su sillón favorito del salón principal. A pesar de sus novecientos años, mantenía la apariencia de un hombre de sesenta: cabello plateado, rostro aristocrático tallado en mármol y ojos negros que habían presenciado la caída de imperios.
—Abuelo —murmuró Adriana, componiendo una sonrisa que esperaba no delatara su pánico—. Pensé que estarías descansando.
—El sueño es un lujo que los líderes rara vez pueden permitirse —respondió él, cerrando el libro antiguo que sostenía—. Especialmente cuando la familia está en momentos... delicados.
Adriana descendió los escalones con la sensación de caminar hacia el patíbulo. Se sentó frente a él, manteniendo la espalda recta como le habían enseñado desde niña. El silencio entre ambos se extendió como una telaraña, frágil y amenazante.
—La gala de anoche —comenzó Augusto finalmente— era tu oportunidad, Adriana. Tu momento para demostrar que, a pesar de tu... condición, eres digna del apellido Veyra.
—Lo sé, abuelo.
—¿Lo sabes? —Sus ojos se estrecharon—. Desapareciste antes de que pudiera presentarte a los Draeven. Una alianza con ellos podría asegurar nuestra posición en las negociaciones con los humanos.
Adriana sintió que el aire se espesaba en sus pulmones. Los Draeven. Lucien. El cadáver. El trato.
—Me sentí indispuesta —mintió—. La mezcla de sangres... ya sabes cómo afecta mi metabolismo.
Augusto la estudió con la mirada de un depredador evaluando a su presa.
—Tu naturaleza híbrida no es excusa para la debilidad, niña. Eres mitad humana, sí, pero también mitad Veyra. Y los Veyra no se doblegan.
—No me estoy doblegando —respondió ella, con más firmeza de la que pretendía—. Solo necesito tiempo para...
—El tiempo es precisamente lo que no tenemos —la interrumpió—. La tregua con los humanos pende de un hilo. Cualquier incidente podría desatar una guerra que ni siquiera nosotros podríamos ganar.
La ironía de sus palabras casi arrancó una risa histérica de la garganta de Adriana. Si su abuelo supiera que ella, la oveja negra, había matado a un humano apenas unas horas antes...
—No te decepcionaré —prometió, sabiendo que ya lo había hecho.
—Eso espero. Ahora, ve a descansar. Luces... alterada.
***
—¿Me vas a contar qué demonios te pasa, o tengo que sacártelo a la fuerza?
Mara Solís, con su metro sesenta de actitud indomable y cabello teñido de azul eléctrico, bloqueaba la puerta del dormitorio universitario que compartían. Era la única humana que conocía la verdadera naturaleza de Adriana, y la única persona en quien confiaba plenamente.
—No me pasa nada —respondió Adriana, dejándose caer en la cama—. Solo estoy cansada.
—¿Cansada? —Mara arqueó una ceja—. Tienes la misma cara que cuando accidentalmente mordiste a aquel tipo en la fiesta de primer año. Cara de "he jodido todo y no sé cómo arreglarlo".
Adriana cerró los ojos. La tentación de confesarlo todo era abrumadora. Mara era leal hasta la médula, pero esto... esto era demasiado incluso para ella.
—La gala familiar fue un desastre —dijo finalmente, ofreciendo una verdad a medias—. Mi abuelo esperaba que me comportara como la perfecta heredera Veyra, y yo... bueno, ya me conoces.
Mara se sentó a su lado, no del todo convencida.
—¿Segura que es solo eso? Porque hay rumores circulando por el campus. Sobre Julián Méndez.
El corazón de Adriana, que ya latía más lento que el de un humano normal, pareció detenerse por completo.
—¿Qué rumores?
—Nadie lo ha visto desde anoche. No contestó a sus compañeros de piso, no apareció en clase... —Mara la miró fijamente—. Y ustedes dos tuvieron esa discusión bastante intensa en el debate.
—Probablemente esté durmiendo la borrachera en algún sitio —respondió Adriana, evitando su mirada—. Ya sabes cómo es.
El teléfono de Adriana vibró en ese momento. Un mensaje. Número desconocido.
Lo abrió y casi vomita al instante.
Era una fotografía del cuerpo de Julián, pálido y sin vida, tendido sobre lo que parecía una mesa de mármol. Debajo, un texto simple:
*"Tic-tac, pequeña híbrida. El tiempo corre y las decisiones esperan. L.D."*
—¿Adri? Te has puesto blanca. Más blanca de lo normal, quiero decir.
Adriana bloqueó el teléfono con manos temblorosas.
—Tengo que irme —murmuró, levantándose de golpe—. Olvidé... algo importante.
—Adriana Veyra, me estás asustando.
—Estoy bien —insistió, recogiendo su bolso—. Te lo explicaré todo después, lo prometo.
Las leyendas sobre Lucien Draeven resonaban en su mente mientras salía apresuradamente. Historias susurradas entre los clanes: que nunca soltaba lo que reclamaba como suyo, que sus tratos siempre tenían un precio mayor del acordado, que su aparente indiferencia ocultaba una crueldad calculada.
*"Yo haré desaparecer tu error. A cambio... tú me perteneces."*
Las palabras de Lucien la perseguían mientras caminaba por el campus, sintiendo que cada mirada humana podía ver a través de ella, descubrir su crimen. ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que encontraran el cuerpo? ¿Antes de que las autoridades humanas conectaran a Julián con ella?
Su teléfono vibró nuevamente. Otro mensaje del mismo número:
*"La mansión Draeven. Medianoche. Ven sola o el trato se cancela."*
Adriana se detuvo bajo un árbol, respirando profundamente. Tenía dos opciones: confesar todo a su abuelo y enfrentar las consecuencias, no solo para ella sino para la frágil paz entre especies... o aceptar el trato con un depredador que la veía como poco más que una pieza en su tablero de ajedrez.
Con dedos temblorosos, respondió:
*"Estaré allí."*
Lo que Lucien no sabía era que Adriana no iba simplemente a aceptar sus términos. Iba a negociar. A encontrar una salida que no la convirtiera en su posesión.
Lo que Adriana no sabía era que eso era exactamente lo que él esperaba.