El aire nocturno se deslizaba frío contra mi piel mientras el Bentley de Lucien avanzaba por calles cada vez más estrechas y sombrías. Habíamos abandonado el centro de la ciudad hacía media hora, internándonos en un distrito industrial abandonado donde las farolas apenas iluminaban esquinas cubiertas de grafitis y edificios con ventanas rotas.
—¿Vas a decirme finalmente a dónde vamos? —pregunté, rompiendo el silencio que nos había acompañado durante todo el trayecto.
Lucien mantenía ambas manos sobre el volante, su perfil tallado en mármol bajo la tenue luz del tablero.
—A una reunión que preferiría evitar —respondió sin apartar la mirada de la carretera—. Pero tu presencia es necesaria.
—¿Mi presencia? ¿Por qué yo?
Una sonrisa apenas perceptible curvó sus labio