La noche se extendía como un manto de terciopelo negro sobre la mansión Draeven. Adriana permanecía sentada en el alféizar de la ventana de su habitación, con la mirada perdida en la oscuridad del jardín. Las últimas horas habían sido un torbellino de emociones que aún no lograba procesar completamente. El incidente en la gala había dejado una marca invisible en ella, como si algo dentro de su ser hubiera cambiado irremediablemente.
Un suave golpe en la puerta interrumpió sus pensamientos.
—Adelante —murmuró, sabiendo perfectamente quién era. El aroma de Lucien era inconfundible, una mezcla de sándalo, cuero antiguo y algo metálico que le recordaba a la sangre.
La puerta se abrió con un crujido y Lucien apareció en el umbral. Ya no llevaba el traje formal de la gala, sino unos pantalones negros y una camisa de seda gris