El vestido negro se deslizaba sobre mi piel como agua de medianoche. Lucien lo había elegido personalmente: seda líquida que caía hasta mis tobillos con una abertura lateral que revelaba más de lo que ocultaba. La espalda descubierta me hacía sentir vulnerable, pero el escote halter realzaba mi cuello de una manera que, en un mundo de vampiros, resultaba una provocación deliberada.
—Es una declaración —había dicho él mientras sus dedos fríos ajustaban el broche de plata en mi nuca—. Esta noche todos sabrán exactamente quién eres.
El Palacio Nocturno era una estructura antigua escondida en las afueras de la ciudad. Desde fuera parecía una mansión abandonada, pero al cruzar sus puertas, el interior revelaba un esplendor de otra época: candelabros de cristal, mármol negro y terciopelo rojo. El aire olía a incienso, sangre y