El rumor llegó como un susurro entre los pasillos de la facultad. Adriana lo escuchó por casualidad mientras esperaba frente a la máquina de café. Dos estudiantes hablaban en voz baja, sin percatarse de su presencia.
—¿Supiste lo de Julián? Dicen que no fue un accidente —murmuró una chica de cabello rojizo.
—Mi primo trabaja en la morgue. Dice que había marcas extrañas en su cuello, como si alguien hubiera intentado borrar evidencia —respondió la otra.
Adriana contuvo la respiración. Su mano tembló, derramando algunas gotas de café sobre sus dedos. No sintió el ardor.
—Lo más raro es que lo vieron con esos tipos del este de la ciudad. Ya sabes, los que siempre visten de negro y solo aparecen de noche.
Un clan rival. Tenía que ser. Los Karstein, quizás, o los Bathory. Adriana conocí