La biblioteca privada de Lucien era un laberinto de conocimiento prohibido. Adriana pasó los dedos por los lomos de cuero antiguo, algunos tan viejos que parecían susurrar secretos cuando los tocaba. Había entrado buscando distracción, aprovechando la ausencia de Lucien, quien había salido a una reunión con el Consejo Vampírico.
La habitación olía a papel viejo, tinta seca y ese aroma indefinible que solo poseen los libros que han sobrevivido siglos. Las estanterías se elevaban hasta el techo abovedado, y una escalera de caracol permitía acceder a los niveles superiores. Adriana subió, sintiendo la madera crujir bajo sus pies.
En el tercer nivel, un pequeño escritorio de caoba descansaba junto a un ventanal. Sobre él, varios documentos estaban dispersos, como si alguien los hubiera estado revisando recientemente. La curiosidad pudo más que la prudencia