—Sole, necesito que estés con Aye; no la pierda de vista, métela en la oficina y que no salga de ahí —le pido a medio grito, mientras paso corriendo ante las miradas desconcertadas de ellos.
— ¿Qué pasó? ¿Adónde vas? —grita.
—La casa.
— ¿Qué pasó, Lina? —pregunta, corriendo hacia mí.
—Solo haz lo que te dije; que no salga de la oficina hasta que vuelva —salgo del resto a toda velocidad.
Dios mío, Dios mío, que no sepa dónde vivo. El idiota va a atormentarme un tiempo, antes de dejarse ver. Te conozco maldito, vas a volverme loca antes de tu estúpida venganza; No te voy a dar el gusto, estoy preparada para este momento. Lo estoy.
Llego a mi casa y empiezo a tirar los muebles por doquier, buscando, buscando; Si sabe dónde vivo, entonces me vigila. Sé que lo hace. Si no, es cuestión de tiempo para que lo haga. Es cuestión de tiempo para que esté aquí. Sigo dando vuelta toda la casa, algo tiene que haber. Algo me tiene que decir que él estuvo aquí.
—Lina? —escucho, pero hago caso omiso a